Desde su comienzo Roma fue asimilando la música de otros pueblos a la vez que avanzaba su expansión. Estas influencias fueron, por una parte, las recibidas del Cercano Oriente, Egipto y especialmente de Grecia y, por otra, de las que convivieron con ella en la propia península itálica, que le aportaron importantes elementos culturales, particularmente del pueblo Etrusco.
Decir que Roma fue la heredera de la cultura helénica, sin explicar la importancia que también tuvo la cultura etrusca, es reducir de una forma simplista los hechos históricos. Roma como ciudad le debe mucho a la cultura etrusca.
La civilización etrusca apreciaba enormemente la música, como lo demuestran la iconografía procedente de sus tumbas y lo que nos cuentan las antiguas fuentes literarias. Roma va adoptando, tras su fundación, muchas costumbres etruscas como la de los espectáculos de los ludiones, actores de origen etrusco que bailaban al ritmo de las tibiae. Los romanos intentan imitar estas artes y le añaden música vocal. A estos artistas se les denominó histriones que significa bailarines en etrusco.
Roma será el puente entre la cultura griega y la judeocristiana. Entroncarán la música judaica de la sinagoga y del templo, para que a través del Cristianismo se refunda en una herencia que conforma el corpus musical litúrgico y perfectamente reglado, que nos ha llegado. El cristianismo recogerá el legado musical de la Antigüedad y lo mantendrá vivo en el la Edad Media.
Otro hecho relevante en la contribución de la cultura romana es que pondrá en común músicas procedentes de todos los rincones del Imperio, lo que significa su gran contribución a la fusión e integración de los sonidos del mundo mediterráneo antiguo.
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